El "D'Artagnan" sale del puerto poco antes del
anochecer. La población, iluminada fantásticamente, contempla nuestra marcha
con sus centenares de focos encendidos como para decirnos adiós.
Sin que nadie dé importancia al aviso, corre un rumor de que
la T. S. H. de Shanghai anuncia un tifón por los mares de la China... nunca
hemos visto el mar más sosegado y tranquilo ; parece un lago apacible
El 12 continúa la misma calma bajo un cielo sereno y con
temperatura envidiable. A media tarde disminuye el barco su marcha, para
detenerla por completo al cabo de una hora. Los pasajeros no creen en la
posibilidad del tifón, cuyos efectos conoceríamos en la agitación de las aguas
y el bramido del viento; más bien temen un desperfecto en las máquinas, avería
que los marineros y la oficialidad tratan de ocultar. Durante la noche hemos
andado algunas millas, pocas, para la gran marcha de nuestro infatigable
"D'Artagnan".
Ya el 13, cambia por completo la decoración, y el mar,
hasta entonces tranquilo, brama sordamente como si quisiera cerciorarnos de que
la anunciada perturbación tropical se avecina. Las noticias del tifón son del todo concretas. Con un gran
mapa en la mano, un señor ruso se encarga de señalar su punto de partida; salió
de Manila y marcha delante de nosotros a una velocidad de dieciséis millas por
hora. La estación de radio está en continua comunicación con Shanghai, y el
barco sigue escrupulosamente las órdenes de la telegrafía.
Por eso pasamos dos
días enteros capeando el temporal: unas veces enfilando lentamente hacia la
zona furiosa; retrocediendo otras hacia Hong-Kong en prudente retirada.
Toda la tripulación está sobre cubierta después de haber
observado, con espanto, que quitan las lonas y bancos de los puentes y los
amarran fuertemente unos a otros. i Qué desmantelado y ,triste queda el
simpático puente, testigo de nuestras charlas y rezos en toda la travesía!
iQué grandioso es el mar cuando se muestra encolerizado ! El
crepúsculo le presta un tinte del todo melancólico y sombrío, que se extiende
al ánimo de los pocos pasajeros que viajan con nosotros. Una docena de chinos embarcados
en el mismo Hong-Kong, se comunican a cada paso sus siniestras impresiones
moviendo las cabezas en señal de recelo; andan de babor a estribor
examinándolo todo, sin atrever-se a preguntar a nadie acerca de sus dudas y
temores.
También una joven bellísima que embarcó en Marsella, y viaja
sola muestra un terror fácil de comprender ante la perspectiva del naufragio.
Nosotras estamos del todo tranquilas.
Todo es paz y abandono en las manos del
Padre. Yo no temo naufragar; siento seguridad de que son otros los
planes de Dios, que quiere establecer su reinado por medio de nosotras.
Cerca del anochecer
cruzamos, en medio de la imponente tempestad, con un "Empress" que
salió de Hong-Kong un día más tarde que nosotros, y debía llegar a Shanghai al
mismo tiempo que el "D'Artagnan". Es un magnífico barco americano de
tres chimeneas, que pasa a corta distancia en dirección a Shanghai en el
preciso momento en que nuestro barco cambia de rumbo en dirección opuesta.
Las estaciones de radio de ambos buques dialogan entre sí;
el "D'Artagnan" invita al "Empress a cambiar de rumbo; mas el
valiente americano contesta que prefiere desafiar el tifón y seguir
adelante... Horas más tarde, metido entre la maraña de huracanes y olas
gigantescas, pierde uno de sus mástiles; aleccionado por la triste experiencia,
sale con trabajo de la zona bélica, y camina junto a nosotros de espaldas al
temporal.
La noche sigue furiosa: han atornillado las ventanas de los
camarotes, y el mar, azota los cristales de una y otra banda... A pesar de todo
las furias marinas, dormimos bien. En el momento en que terminada la Eucaristía
salimos del comedor, un brusco vaivén del barco, una especie de convulsión
volcánica arrastra largo trecho las pesadas sillas del comedor, que caen luego
a tierra. Hay que agarrarse a las puertas, a las columnas, a todas partes, para
mantener el equilibrio.
Se deja oír la sirena del barco, que parece un lamento
humano. Logramos subir al puente y, contemplamos en silencio las convulsiones
del mar. Hierven las aguas y se oye la ebullición de la espuma que corona las
imponentes montañas de agua que se alzan gigantes y desaparecen en un momento.
En este chocar de las olas, se abren simas profundas que amenazan tragarse al
"D'Artagnan", pero él sigue impávido su curso, balanceándose jadeante.
Vemos el casco de un buque, víctima, sin duda, del temido tifón:
remos de pescadores, restos de barcos que no han logrado salir victoriosos... Entretanto,
sus aguas se tornan de azules y verdes en lodosas y amarillentas.
Al anochecer del 14 se calma la fiebre del temido mar de la China;
se dibujan las orillas del Yang-tse perdidas la niebla.
Nuestro corazón palpita de gozo soñando en abrazar a las
queridas hermanas de Wuhú, que allá, en el puerto de Shanghai, nos esperan y
temen quizá por nosotras.